Mangos y maracuyás

“La altura de Bogotá, esos increíbles 2.640 metros, daría para un libro de recetas contra el mal de altura y las muchas y muy variadas discusiones pseudocientíficas. La única verdad es que nadie comprende como alguien en su sano juicio se le ocurrió fundar una ciudad en este lugar tan inhóspito y alejado del mar o de los ríos que cruzan el país.” (Santiago Gamboa)

Estoy aprendiendo a ver. No sé a qué se debe, pero todo penetra en mí más hondamente y no se queda en el lugar en el que siempre solía terminar. Tengo un interior del que no sabía. (Rilke)

“Ulises pasábase los días sentado en las rocas, a la orilla del mar, consumiéndose a fuerza de llanto, suspiros y penas, fijando sus ojos en el mar estéril, llorando incansablemente...” (Odisea, canto V, 150).

DESCRIPCIÓN DEL PROYECTO.

Llegué a Bogotá con la intención de documentar esa ciudad de una forma clásica. Sin embargo, aquella realidad pronto me sobrepasó: una lugar demasiado grande, caótico y complejo, y con un componente de violencia cotidiana muy alto.

Este trabajo nace de la necesidad de enfrentarme a lo que me es ajeno y de la reflexión en torno a cómo una realidad desconocida condiciona la mirada y la manera de encontrarse emocionalmente en ella.

La carga personal, los prejuicios y el miedo a lo desconocido influyen en la manera de percibir y descubrir un nuevo lugar. La fotografía es aquí usada para crear un espacio personal propio, que sirva como refugio. La cámara se convierte en un escudo ante esta realidad que me sobrepasa.

En estas imágenes fragmentadas encontré el sosiego que la ciudad no me daba. Coleccioné espacios y tiempos, y aprendí a vivir en los no-lugares tranquilos que encontraba (o que yo mismo me creaba). Las pequeñas cosas, lo cotidiano, lo banal a veces o lo simplemente estético. Cada imagen es un pequeño respiro. Una búsqueda para encontrar mi lugar y descifrar a través de la belleza el entorno que me rodeaba.